“Esta exposición nos invita a reconocer el hilar como una fuerza viva que conecta y da sentido a la existencia comunitaria. Desde Patzicía, Jeff Can Xicay utiliza el hilo para nombrar territorios en mapas y afirmar identidades en los huipiles.
(Maya Juracán)
Hilar aquí no es un gesto mecánico, sino un acto activo que transmite saberes y sostiene vínculos con el pasado. Jeff retoma estos conocimientos ancestrales para abrir portales de memoria, abrazando árboles con fajas como ancestros y sembrando hilos como milpa. De esta manera, no solo hila narrativas, sino que teje espacios de pertenencia, memoria y vida compartida.”
Esta exposición realizada en el proyecto Clase 87 curada por Maya Juracán y Julián Martínez. B’atzib’äl es una palabra en kaqchikel que hace referencia a un hilador (herramienta para hacer hilo), la exposición en un sentido amplio, trata de una introspección y el encuentro con la práctica artística desde la reflexión del artista.
Además se estrenó el performance B’atzib’äl.
Este performance nace de la relación profunda entre el b’atzib’äl —herramienta ancestral utilizada para hilar el algodón— y el cuerpo del artista. El b’atzib’äl gira, transforma la materia prima en hilo, en un acto que es a la vez físico y simbólico: un ritual de creación. En esta acción, Jeff Can Xicay encarna la herramienta misma, convirtiendo su cuerpo en un instrumento vivo de transformación.
El artista realiza un giro constante, un movimiento ritual que evoca y materializa la creación. Sin embargo, este giro no es autónomo: es impulsado por otra persona situada frente al artista. Esta interacción establece una dinámica de tensión y resistencia, donde el cuerpo cede, se opone y se entrelaza con la voluntad del otro.
El giro no solo representa la creación; también expone la violencia implícita en todo acto creativo. Crear no es solo generar algo nuevo: también es desgastarse, ser despojado, experimentar el agotamiento físico y emocional.
Mientras el artista gira, el público es invitado a participar envolviendo el hilo en una bola. Lo que comenzó como un gesto íntimo de transformación se abre al colectivo, haciendo visible la dimensión compartida —y a veces apropiada— de la creación artística. Al invitar a curadores y figuras del medio del arte a formar parte del proceso, el artista tensiona las nociones de trabajo, propiedad y colaboración: ¿qué se da y qué se toma? ¿qué se construye y qué se despoja?
El cuerpo que gira, que crea y que se agota, revela la vulnerabilidad esencial del arte: una práctica que simultáneamente resiste y se entrega.
Mientras daba vueltas (invocando a la creación), el artista ejecutaba una melodía tradicional kaqchikel, que se ejecuta en el baile de la conquista (baile tradicional de su pueblo que relata el proceso de violencia y colonizaciones por parte de los españoles a los k’iche’)





























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